El jabón tomó su nombre, de acuerdo a una antigua leyenda romana, del Monte Sapo, (saponificación, soap), donde sacrificaban sus animales. La lluvia creaba una mezcla de grasa derretida y cenizas de madera al suelo arcilloso del río Tíber, donde las mujeres encontraron que esta mezcla hacía que su lavado fuese mucho más fácil.
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